El agua • Juana de Ibarbourou

Me duele la cabeza y estoy triste. Hay días así, en que todo le sale a uno mal, en que parece que una mano oculta se ocupara de arrojarnos guijarros de pena al alma.

Y como me arden de fiebre las sienes, me voy al huerto, saco del pozo un balde de agua helada y allí mismo, con las manos, me empapo la cabeza, la cara, el cuello. En seguida me siento aliviada. Es que el agua tiene para mí el privilegio de la más completa caridad.

Yo acudo a ella como a un ser consciente y estoy convencida de que es una criatura con el alma como la nuestra; y que habla, sueña, canta, besa, consuela, igual que nosotros. ¡Es que ignoramos tantas cosas! Y no admitimos que posean nuestros dones espirituales sino aquellos que están hechos a imagen nuestra. Yo creo, sin embargo, que el agua es en el mundo algo así como una buena monja, atenta siempre a proporcionarnos consuelo y ayuda. ¡Si los vegetales supieran nuestro idioma… si cada herida fuera una boca que hablara!… En lo íntimo de mi corazón yo le llamo al agua “Sor Caridad”. Hoy he sentido sus buenos dedos frescos rompiendo, en mis sienes, la fiebre. ¡Y hasta el corazón me llegó su dulzura!

El cántaro fresco, 1920.